CAPITULO I.— Generalidades y orígenes del alumbrado público
Desde
que
el
hombre
conoce
el
fuego
apare
ce
la
luz
artificial
y
a
lo
largo
de
la
Protohistoria
nos
encontramos
con
útiles
trabajados
a
mano,
hechos
de
arcilla
cocida
al
sol
o
al
calor
de
la
hoguera.
Sus
formas
son
imperfectas
y
las
pas
tas
empleadas
muy
groseras,
pero
es
indudable
que
sirvieron
de
receptáculos
para
contener
gra
sas,
betunes
y
otros
materiales
combustibles
destinados
a
ser
quemados.
Las
antiguas
civili
zaciones
Egipcia
y
Asiria
idearon
y
utilizaron
apa
ratos
de
iluminación
más
o
menos
perfectos,
de
los
que
se
conservan
curiosos
ejemplares
de
tan
remotas
edades
debidas
al
pueblo
fenicio.
Y
así
abundan
las
lámparas
prerromanas
de
barro
co
cido,
sin
género
de
dudas
de
procedencia
feni
cia
y
los
variados
tamaños
de
lucernas
que
se
asemejan
a
los
candeleros
actuales
y
de
gran
pa
recido
con
las
lámparas egipcias.
Egipcios,
Persas,
Medos
y
Asirios
ilumina
ban
en
las
grandes
fiestas
las
calles
de
sus
po
blaciones
mediante
grandes
lámparas
en
las
que
se
quemaba
grasa
líquida
a
través
de
gruesas
mechas.
Lo
mismo
ocurría
en
la
Grecia
primiti
va.
aun
cuando
en
la
Grecia
clásica
se
utilizaron
preferentemente
las
antorchas,
que
ya
no
eran
simples
leños
en
su
estado
primitivo,
sino
que
el
sistema
estaba
ya
estudiado
convenientemente
recubriendo
la
madera
de
pez
o
impregnándola
de
aceite,
para
de
esta
manera
asegurar
la
com
bustión
y
aumentar
la
duración
y
luminosidad.
Es
de
suponer
que
en
estos
pueblos
primitivos
no
existió
un
alumbrado
público
apreciable
y
to
da
su
iluminación
se
limitaba
a
la
colocación
de
débiles
linternas
a
las
puertas
de
las
Triana del Recuerdo