El fracaso de la Exposición hizo inútil el auge de las industrias cerámicas, de la fabricación del jabón verde y de la elaboración de aceitunas entre otras, que se encontraban sin pedidos y con escasas posibilidades de ofrecer trabajo. Los enfrentamientos entre empresarios y trabajadores eran cada vez más frecuentes y la situación se hacía cada día que pasaba más candente. Los atentados, los tiroteos entre los partidos, y la pasividad de las fuerzas del orden público fueron dando paso a una situación desastrosa y anárquica. En medio de  estos acontecimientos discurrieron las elecciones de febrero de 1936. Mi   padre,   hombre   de   determinadas   ideas,   pero   nunca   partidista   activo   de   ningún bando,   se   vio   sorprendido   un   día   con   su   designación   como   presidente   de   la   mesa de   votaciones   que   se   implantaría   en   la   casa   del   llamado   Colegio   Republicano   de   la calle   Larga.   Ante   su   negativa   el   guardia   municipal   que   le   llevó   la   comunicación   le señaló   que   dadas   las   circunstancias   que   discurrían   le   aconsejaba   que   no   se opusiera al nombramiento, por los perjuicios que tal decisión le podían ocasionar. Ante esta situación que se le planteaba, no tuvo más remedio que figurar como tal en aquellos turbulentos comicios. Grupos de exaltados amenazaban en plena calle a los votantes para que lo hicieran a favor de uno u otro partido, llegando en ocasiones a la agresión física. Bajo este clima de inseguridad, discurrieron aquellas votaciones que le dieron el triunfo a la izquierda. Yo como niño, era ajeno a esta situación política y de partidos, y me veía sorprendido a veces con la aparición de grandes manifestaciones en las que sus componentes vestidos con camisa celeste y corbata roja, y el puño en alto, pasaban marchando y cantando con la bandera de la hoz y el martillo al frente. En una ocasión vi una de ellas, que desfiló perfectamente ordenada, casi marcial, por la calle Larga, y su cabeza y ¡unto a la bandera, iban algunas mujeres, suceso insólito por entonces. Se escuchaban voces airadas y se veían rostros satisfechos y otros desencantados; unos a favor, otros en contra. Yo pregunté inocentemente que quienes y me dijeron comunistas. En el Barrio había varios centros de este partido; curiosamente uno en mi propia calle, y el otro a pocos pasos en la calle Betis. Con esta aclaración yo saqué una conclusión más o menos acertada de lo que se trataba, sin que por ello quedaran claras mis ideas.
Triana del Recuerdo