Como era de prever, el triunfo de los unos no fue bien acogido por los otros,
sobre
todo
teniendo
en
cuenta
la
intolerancia
del
pueblo
español,
y
esto
se
manifestó por un progresivo incremento de los disturbios callejeros, atentados y
toda
clase
de
posturas
negativas
de
los
extremistas
de
ambos
partidos
que
contribuían a reafirmar el ambiente de inseguridad de que se disfrutaba. Se hablaba
cada vez más insistentemente sobre la inminencia de producirse un golpe de
Estado.
Aquel día, 18 de Julio de 1936, mi padre salía para el trabajo después de
almorzar, tras una larga discusión con mi madre que se oponía a que se fuera, ante
los insistentes rumores que circulaban de que aquella tarde habría ¡aleo. Apenas
anduvo unos pasos desde la puerta de la casa, se escuchó hacia el Paseo de Colón
el ladrar de una pistola. Retrocedió precipitadamente a refugiarse en el portal de la
vivienda,
y
seguidamente
se
escucharon
disparos
por
todos
lados.
Puertas,
balcones y ventanas se cerraron al unísono, quedando vacías las calles y el Barrio
se sumió en un silencio trágico, sólo roto de vez en cuando por el rugir de las armas
de fuego. Mi familia reunida en el comedor aguardaba expectante, entre los rezos
entrecortados de las mujeres, y con la general preocupación de saber que a una
de mis tías le había cogido aquel momento fuera de casa. Yo sentía un miedo
espantoso, sin saber realmente a qué.
Se disparaba desde las azoteas, desde balcones y ventanas, desde los tejados
de las casas y desde todo lugar posible. Parecía como si algunos obsesos de las
armas de fuego se divirtieran con ellas. Voces de - ¡Alto! - gritos y carreras, se
escuchaban como en un susurro. A veces oía rodar por la azotea objetos que
identificaba como perdigones o balas. Hacía mucho calor y nos encontrábamos casi
a oscuras, alumbrados sólo por los rayos del sol que penetraban por las rendijas
de la madera de los balcones. De pronto se escucharon gritos en la calle y vi a mi
madre cómo acudía presurosa a la escalera para inquirir lo que pasaba, y por ella
nos enteramos de que una vecina nuestra que volvía a su casa, había recibido un
disparo en una pierna, y de que le había metido en el portal de nuestra casa para
socorrerla. Mi madre subía y bajaba la escalera precipitadamente llevando vendas
y sábanas, y todo cuanto encontraba a mano para atender a la herida, hasta que
Triana del Recuerdo