esta,
ha
colocado
su
propio
yo,
su
imagen
más
fi
dedigna,
esto
que
Fernando
me
ha
definido
como
el
trianerismo.
Me
enseña
una
preciosa
fotografía
de
la
Virgen
y
me
dice. «Esto no lo cambio yo ni por un cortijo».
Recuerda
cómo
sus
abuelos
tenían
negocios
de
pol
veros
y
uno
de
aquellos
locales
concretamente
en
la
calle
Castilla
frente
a
la
Iglesia
de
la
0,
y
cómo
su
abuelo
mantenía
encendida
constantemente
una
mariposa
como
culto
al
Nazareno.
Sus
padres
se
llevaron
11
años
sin
tener
hijos
y
luego
por
fin
vinieron
al
mundo
Carmen,
Manolo, Fernando y Miguel.
—
¡Qué
bonita
voz
tenía
mi
padre,
cantaba
co
mo
los
ángeles!
Allí
donde
ocurría,
cualquier celebración religiosa podía escuchársele.
Por
es
tas
circunstancias
se
encontraba
muy
vincula
do
con
todas
las
Comunidades
religiosas
de
Se
villa
y
de
Triana
sobre
todo
con
los
Dominicos
de
San
Jacinto
a
través
de su fervor y dedica
ción a la Virgen de la Esperanza.
Al
morir
mi
abuelo
él
había
seguido
con
aquello
de
los
polveros;
pero
aquel
negocio
mar
chaba
muy
mal,
por
lo
que
muchos
amigos
y
también
los
Dominicos,
le
animaron
para
que
pusiese
una
funeraria.
Así
lo
hizo
y
las
cosas
se
enderezaron
y
aquel
local
se
convirtió
en
el
Sancta-Sanctorum
de
la
Hermandad
de
la
Vir
gen
de
la
Esperanza.
Allí
se discutían y toma
ban casi todas las decisiones que la afectaban.
Un
mal
día
al
salir
de
cantar
en
la
Iglesia
del
Salvador,
se
bebió
una
granizada
helada
y
aquello
fue
su
desgracia.
La
garganta
le
quedó
dañada,
provocándosele
una
tuberculosis
de
las
cuerdas
vocales
que
le
llevo
a
la
muerte.
Tenía
cuanto
esto
ocurrió
42
años
y
nos
dejó
a
todos
muy
pequeños.
Sigue
rememorando
Fernando
sus
recuerdos
de
ni
ño.
Cómo
primero
fue
al
Colegio
de
las
Hijas
de
Cristo
Rey
y
ya
mayor
al de San Antonio de Padua en la Calle Argote de Molina.
El
y
todos
sus
hermanos
se
veían
sometidos
a
la
férrea
vigilancia
de
su
madre,
persona
muy
amante
de
sus
hijos,
pero
muy
severa,
que
incluso
no
quería
que
saliesen
a
la
calle.
Pero
Fernando
y
algún
que
otro
her
mano
se
escapaban
por
las
azoteas
y
tejados
traseros
de
la
casa
para
ir
a
jugar
al
Altozano;
a
la
«alamedilla»
como
así
conocían
el
pequeño
jardín
de
su
centro
re
matado
por
una
antigua
farola
de
gas
de
cinco
brazos.
Su
entorno,
su
pequeño
entorno;
era
su
mundo
cerra
do,
su
Triana del Recuerdo