para
sus
cultos.
La
religión
cristiana
con
ob
jeto
de
dar
mayor
solemnidad
a
los
suyos
nos
presenta
toda
una
gama
de
elementos
destina
dos
preferentemente
a
iluminar
sus
templos.
En
el
altar
de
cada
uno
de
ellos
arde
continuamente
un
velador
de
aceite,
para
indicar
la
presencia
de
Dios
y,
la
cera
tiene
carácter
preferente
en
cuántos
actos
litúrgicos
se
realizan.
Recordemos
aquel
reglamento
de
Alderico,
obispo
de
Mans,
en
el
que
ordena
mantener
encendidas
todas
las
noches
en
la
Catedral
quince
luces,
diez
de
aceite
y
cinco
de
cera,
incrementándolas
hasta
treinta
y
cinco
los
domingos
y
a
doscientas
en
las
gran
des
solemnidades.
De
esta
forma
aparecen
las
coronas,
luminarias
en
forma
de
cruz
o
circula
res,
destinadas
a
albergar
candeleras
y
velas.
Muchas
de
sus
advocaciones
se
identifican
con
la
luz;
Virgen
de
la
Candelaria,
Virgen
de
la
Luz,
....
mientras
la
cera
es
el
factor
dominante
que
determina
el
culto
a
los
difuntos.
Miles
de
can
delas
se
encienden
por
el
pueblo
como
votos
a
sus
creencias,
y
fanales
y
farolillos
iluminan
de
noche
las
cruces
y
las
imágenes
colocadas
en
las
calles
y plazas.
El
pueblo
judío
tiene
como
símbolo
sagrado
la
Menhora,
el
candelabro
de
los
siete
brazos,
y
así
podíamos
seguir
de
forma
indefinida
para
significar
esta
dimensión
religiosa de la luz.
Dejando
a
un
lado
esta
cuestión
podríamos
asegurar
que
después
de
estos
primeras
escar
ceos
de
la
iluminación,
a
todo
lo
largo
de
la
Edad
Media
e
incluso
a
principios
del
Renacimiento,
no
se
realiza
ningún
progreso
ni
en
el
alumbra
do
público
ni
en
el
privado,
señalando
que
en
muchas
ciudades
el
primero
era
aún
más
esca
so
que
en
tiempos
del
Imperio
Romano.
En
las
ciudades
medievales
las
casas
y
los
comercios
se
cierran
al
toque
de
la
Oración
y
las
calles
per
manecen
a
oscuras
quedando
en
la
mayoría
de
los
casos
a
merced
de
los
delincuentes.
Alguna
que
otra
luz
delante
de
una
Cruz,
o
el
farol
en
lo
alto
de
la
Torre
de
la
Iglesia,
o
el
fanal
que
a
veces
se
divisaba
en
las
casas
de
prostitución,
son
los
únicos
medios
que
permitían
alguna
vi
sibilidad
en
la
noche,
salvando
las
linternas
de
mano
de
las
que
disponían
algunos
particulares
para
alumbrarse
por
las
calles.
En
los
principios
del
siglo
XVI,
en
aquellos
casos
en
que
se
pre
cisaba
de
alumbrado
por
motivos
de
orden
pú
blico,
se
recurría
al
uso
de
los
«tederos»
—
recipientes
de
barro
o
de
hierro
rellenos
de
resi
na,
estopa
y
leña—
colocados
en
las
esquinas
de
las
calles
y
en
los
puntos
singulares,
al
al
cance
de
la
Triana del Recuerdo