Señora de la Victoria”.
Final
de
uno
de
los
episodios
más
grandes
de
la
historia
universal,
empresa
que
costó
la
vi
da
a
Magallanes
muerto
por
caníbales
poline
sios
y
al
capitán
Vázquez
Sousa, segundo jefe de la expedición, muerto del escorbuto.
De
este
genial
marino:
activo,
renovador
y
aventurero
que
fue
Magallanes,
sólo
nos
queda
en
Triana
el
recuerdo
de
una
calle,
pequeñísima
y
amorfa,
que
da
entrada
y
salida
a
Castilla
y
Al
farería,
monumento
insólito
de
aquel
que
le
ha
dado
a
Triana
una
fama perenne a través de los siglos.
El
río,
a
pesar
de
la
cantidad
de
estamentos
oficiales
que
interfieren
en
su
trayectoria,
es
nuestro.
El
río
es
patrimonio
individual
de
la
Se
villa
y
Triana
de
siempre;
forma
parte
de
toda
nuestra
anterior
cultura
y
es,
por
desgracia,
tal
como
nos
lo
han
entregado
las
pocas
generacio
nes
anteriores
a
la
nuestra,
una
inmunda
cloaca
a
la
que
por
muchos
jardines,
restaurantes
y
ba
res,
y
atracciones
populares,
que
quieran
poner
-
le,
no
van
a
cambiar
su
aspecto
hasta
que
el
sentido
común,
y
no
el
de
la
especulación,
haga
entrada,
para
defender
una
página
-aún
viva-
de
la
historia
de
nuestro pueblo.
No
pretendo
con
estas
páginas,
principio
y
fin
de
una
Triana
temporal,
hacer
un
panegírico
acabado
de
las
bellezas
y
de
los
recuerdos
his
tóricos
del
río,
ni
tampoco
herir
algunas
sensibi
lidades,
responsables
del
amortajamiento
del
que
fue
gran
río
de
la Bética.
Mi
deseo
es
el
de
asociarme
tristemente
al
sentimiento
general
que
embarga
a
Sevilla
y
Triana
por
la
epidemia
que
una
enfermedad
téc
nica,
acompañada
de
una
“eficacia
temporera”,
ha
hecho
llegar
a
las
aguas
siempre
puras
del
Guadalquivir,
convirtiéndolas en una negra y es
pesa corteza de irresistible fetidez.
A
grandes
rasgos
hicimos
una
biografía
del
gran
río
de
las
expediciones
náuticas,
Triana del Recuerdo