dicho
al
mundo
entero
“YO
QUIERO
SER
OLA
DEL
GUADALQUI
VIR”,
pues
no
aceptarían de ninguna forma ser una ola negra y fétida sometida al desprecio de todos.
¡Qué
tristeza
embarga
nuestro
ánimo
cuan
do
hemos
de
ser
los
primeros
en
renunciar
a
cuanto
de
bello,
tradicional
e
histórico,
tienen
las
aguas
de
ese
Guadalquivir
que
acaba
de
ser
arrancado
de
las
propias
entrañas
de
la
hispálica
urbe,
ese
río
lleno
de
romances
fecundos,
exaltado
en
leguas
líricas
por
todas
las
genera
-
ciones pasadas y que han extraído las colecti
vas miradas de los pueblos cultos!
Mirad
lo
que
nos
dice
el
francés
Pierre
Louis
de
este
Guadalquivir
por
el
que
estamos rompiendo nuestra lanza:
“Ved
el
Guadalquivir,
padre
de
las
llanuras
y
de
las
ciudades.
Yo
he
viajado
mucho
durante
veinte
años;
he
visto
el
Ganges,
el
Nilo
y
el
Atra
to,
ríos
muy
dilatados,
bajo
una
luz
muy
viva,
pe
ro
no
he
visto
más
que
en
el
Guadalquivir
la
ma
jestuosa
belleza
de
la
corriente
y
de
las
aguas.
¿No
es
como
el
oro
que
se
enfila
hacia
los
arcos
del puente?”.
Así
lo
vieron
los
ojos
del
famoso
autor,
así
lo
contemplaron
los
que
saben
de
belleza
y
con
jugaron
los
más
delicados
elementos
de
la
esté
tica
y
así
lo
vimos
nosotros, con la mirada llena de pureza y con el pensamiento saturado de his
toria.
Volvamos
al
poeta
paraguayo
Juan
O’Leary
que
nos
anuncia
en
estos
renglones
una profe
cía histórica:
“El
Guadalquivir
entregará
a
España
el
co
razón
de
América.
Y
la
Torre
del
Oro,
que
vio
par
tir
un
día
a
los
que
iban
a
lo
desconocido,
salu
dará
desde
sus
márgenes
a
los
que
llegarán
re
pitiendo
las
mismas
plegarias
y
cantando
los
mismos
himnos
en
la
lengua de sus mayores. Y en Sevilla será así la fiesta del retorno”.
Y
así
fue.
No
hace
mucho
tiempo
el
Guadal
quivir
ensanchó
su
cauce
para
que
cerca
de
treinta
barcos
de
guerra,
enarbolando
veinte
banderas
distintas,
pero
Triana del Recuerdo