mi
mente
de
una
Triana
vieja,
de
aquella
Triana
bíblica,
la
de
mi
niñez
que
se
pierde
ahora
en
la
distancia.
Y
allí
apareció
el
despertar
en
primavera
de
una
calle
Larga,
en
la
que
apenas
amanecido
las
mujeres
fregaban
y
barrían
con
ahínco
las
aceras
y
puertas
de
sus
casas,
y
los
empedrados
y
las
losas
de
Tarifa
brillaban
con
los
rayos
de
sol
recién
salidos.
Hasta
mí
llegaba
el
olor
del
pan
recién
cocido
que
traían
en
las
angarillas
de
sus
caballerías
los
panaderos
de
Alcalá,
y
el
sonar
de
los
cántaros
de
leche acabada de ordeñar, y el sabor de la masa frita de los calentitos.
Como
un
enjambre
salían
los
hombres
de
las
casas
para
el
trabajo
con
los
ca
-
nastos
en
la
mano,
mientras
las
campanas
de
Santana
anunciaban
con
sus
primeros
toques
la
Misa
de
la
mañana.
Y
el
sol
iba
ganando
poco
a
poco
la
calle
que
se
cuaja
ba
de
luces
y
de
sombras,
mientras
los
pregones
de
los
vendedores
ambulantes
eran
ecos
por
esquinas
y
rincones.
Y
así
persistía
aquel
cuadro
de
cada
día,
humano
y
sencillo
que
se
prolongaba
para
llegar
al
mediodía
en
el
que
el
sol
calcinaba
las
pare
des
de
las
casas.
Tras
el
almuerzo
el
barrio
enmudecía
mientras
permanecían
semi-cerradas
puertas
y
ventanas.
Sólo
en
la
sombra
y
en
la
penumbra
de
los
zanguanes,
o
bajo
los
huecos
de
las
escaleras
se
podía
soportar
el
sol
implacable.
Silencio
de
siestas
que
sólo
interrumpía
el
llanto
de
algún
niño,
o
el
lejano
pregón
del
vendedor
de
helados.
Por
unas
perras,
si
se
tenían,
se
podía
sentir
el
alivio
pasajero
que
salía
de
aquellas
cubas
de
zinc,
forradas
de
corcho,
que
el
vendedor
llevaba
al
hombro.
Era
ya
por
la
tarde
cuando
aparecían
los
hombres
encargados
de
regar
la
calle
y
el
chorro
de
agua
que
salía
de
la
corta
manguera
levantaba
nubecillas
de
vapor
en
los
adoquines
ardientes y en los suelos empedrados.
Como
si
fuera
una
consigna,
al
acabarse
de
regar,
la
calle
se
salpicaba
de
mesas
de
madera
que
se
cubrían
de
blancos
paños
y
sobre
ellas
se
disponían
macetas
de
albahaca
que
daban
guardia
al
fruto
de
las
chumberas.
Una
en
cada
esquina;
sien
pre
igual, mientras las Tallas del barro pajizo rezumaban para mantener fresca el agua
Y por el Altozano y la calle Archa,
por Castilla y Alfarería
y por las dos Cabas,
aquellos altares blancos,
Triana del Recuerdo