Blanco y Verde,
legado de colores,
ritual de siglos,
así es mi tierra,
así es mi barrio
verde y blanco.
En
los
atardeceres
rosados
cuando
el
humo
de
los
alfares
se
elevaba
hacia
a
cielo
en
oración
de
gracias
por
el
trabajo
del
día,
y
las
calles
se
llenaban
con
el
aroma
de
los
jazmines
y
el
olor
de
las
ramas
de
pino
quemada,
Triana
adquiría
una
dimensión
única
e inolvidable.
Ya
volvían
por
el
río
desde
la
Ribera,
los
areneros,
los
hombres
de
negra
faja
que
el
amor
de
la
esposa,
la
hija,
la
madre
o
la
hermana
ciñó
a
su
cintura
para
que
su
cuerpo
no
se
dañara.
Hombres
achaparrados
por
el
duro
trabajo
con
los
pies
da
vados
sobre
aquella isla de arena que se acercaba lentamente a la orilla.
Ya
volvían
por
la
Vega
los
hombres
de
los
tejares.
Ídolos
dorados
por
el
polvo
de
la
arcilla
que
arrancaron
del
lecho
de
la
Madre
Vieja
o
de
las
faldas
de
los
alcores
Y
brotaban los cantares en el lento caminar hada la calle Alfarería.
La de los cuatro elementos
tierra, agua, aire y fuego,
la de los cien alfares,
la de los campanilleros.
Y
por
el
río
llegaban
los
pescadores
y
los
camaroneros
para
amarrar
sus
barcas
al
puerto.
Y
allí
en
la
calle
de
su
nombre,
al
aire
libre
se
cocía
en
grandes
calderas
la
sabrosa esquila, mientras los hombres bebían el mosto en la taberna de su esquinal
En
aquellos
atardeceres
asomado
al
balcón
de
mi
casa
de
la
calle
Duarte
yo
entreveía
el
río
tras
el
kiosko
acristalado
que
dominaba
el
tacón
de
la
muralla.
Y
des
de
Triana del Recuerdo