¡Estos
son
mis
hijos,
y
mi
familia,
y
mis
amigos
y
mis
vecinos
y
así
serán
si
Dios
quiere,
los
hijos
de
mis
hijos
y
toda
mi
descendencia!
Porque
aquella
Triana
bíblica,
aquel
bloque
monolítico
que
durante
siglos
forjó
el
sacrificio
y
el
trabajo
y
el
amor
a
la
familia,
y
al
que
contribuyeron
todos
y
cada
uno
de
los
trianeros
está
aquí,
para
recordarnos
a
cada
uno
de
los
que
la
vivimos
y
a
las
generaciones
que
nos
siguen,
en
esas colchas y en esos mantones y en esos farolillos que
¡Triana sigue viva y presente!
Tampoco
es
casual
que
la
Velá
prosiga
porque
yo
sé
que
Triana
la
dejó
como
el
legado
mejor,
para
que
se
perpetuara
su
identidad
hasta
el
infinito
y
lo
eterno.
Y
para
ello escogió sus dos tesoros más queridos: el río y su Parroquia.
Era
costumbre
del
barrio
velar
a
su
Santa
Patrona
las
vísperas
de
su
fiesta,
y
durante
aquella
noche
la
Iglesia
permanecía
abierta
para
que
el
pueblo
llano
y
senci
llo
la
visitara.
Era
un
ir
y
venir
de
trianeros
y
un
rosario
de
oraciones
y
peticiones
a
la
abuela
vieja,
entrañable
y
querida.
Y
aquella
vela
se
reflejaba
en
el
río
porque
era
el
alma
de
Triana
y
un
día
los
trianeros
para
magnificar
su
contenido
acentuaron
la
palabra y la que era suave y delicada, se transformó en sonante, firme y decisiva.
¡La Velá!
No es mal decir, ni chabacanería ¡es la afirmación rotunda de la singular personalidad
del trianero!
Así de sencillo y así de glorioso. Velá de Santana.
Desde
el
Condado
pasando
por
el
Aljarafe
y
los
pueblos
del
río
hasta
llegar
a
Triana,
muchas
mujeres
llevaron
a
gala
llamarse
Ana.
Ana
«río»
en
fenicio,
«gra
cia»
en
hebreo,
acróstico
sublime,
capicúa
gloriosa,
que
en
estos
días
saldrá
del
re
cogimiento
diario de su camarín, para convivir con sus hijos y acrecentar su fe.
Yo soy Ana, la madre de María
la abuela de Cristo. La que durante
siglos ha sido testigo de vuestras
Triana del Recuerdo